Recuerdan al periodista tuxpeño Eduardo Deschamps en el 68

Falleció destacado valor del periodismo que triunfo en México junto a Miguel López Azuara, Manuel Arvizu y Javier Santos Llorente, jóvenes que conquistaron la cima periodística nacional

 

Hasta siempre, Eduardo

Fallece el periodista Eduardo Deschamps Rosas
Laboró en el mítico Excélsior de Scherer y fue fundador de unomásuno

Gonzalo Álvarez del Villar
El dos de octubre de 1968, él me salvó la vida.
Desde la ventana de mi cuarto, en el quinto piso del edificio Quintana Roo, que daba a la calle de Manuel González observé, horrorizado, a mis 15 años, como los soldados levantaban cuerpos (algunos inertes, otros heridos, que gemían) de los pies y de los hombros y después de tres balanceos los lanzaban a los camiones militares. La escena no dejaba de repetirse.
Era la noche del dos de octubre de 1968.
A todo pulmón, irreflexivo, les grité ¡Asesinos, asesinos…! De pronto, un empellón me tumbó al piso, al momento que su voz, grave, me decía: “No seas pendejo”. Una fracción de segundo después un balazo estalló en el marco de la ventana.
Quien me había empujado y ahora, ambos en el suelo, me veía con los ojos desorbitados era Eduardo Deschamps. Ese día, él me salvó la vida.
Todo esto viene a cuento porque este fin de semana falleció Eduardo Deschamps Rosas, periodista del mítico Excélsior de Julio Scherer y cofundador de unomásuno. Él fue, durante unos años, mi tío, ya que por esas fechas estaba casado con mi tía Mary del Águila, hermana de mi madre, Isabel. Pero más que mi tío, fue, un camarada, siempre solidario, presto a ayudarte, a darte consejo.
A Eduardo lo conocí desde que yo era un niño. Mi padre, Pedro y él eran compañeros y amigos. Lo recuerdo en su apartamento de Reforma (a un lado de Excelsior) en bata, ya con escasez de pelo en la parte frontal de la cabeza y acompañado de su perro pequinés, prognata, con los colmillos salientes y siempre a su lado.
“Lo único que no soporto es la estupidez”, era una las frases favoritas de este hombre que en una ocasión en el desparecido hotel Ritz, en avenida Juárez participó en una batalla campal entre periodistas y otros comensales. Tal fue la actuación de Eduardo que desde ese día lo llamaron “cinta loca”.
Otra de sus anécdotas fue en la redacción de Excelsior, cuando después de una acalorada discusión con el también recordado Jorge Villa, Eduardo regresó con un florete (quién sabe de donde lo sacó) y después de hacer florituras ante Jorge, verticalmente le lanzó el golpe: los botones de la camisa de Jorge prácticamente volaron. Creo que lo suspendieron un mes.
Fue, después de la salida de Excélsior, parte fundamental en la creación de unomásuno. Cuando la idea del diario era que fuera una cooperativa, se apersonó con su paisano, el tuxpeño Jesús Reyes Heroles, entonces secretario de Gobernación, para gestionar, en su calidad de presidente del Consejo de Vigilancia, un préstamo de siete millones de pesos, para arrancar el proyecto. Lo consiguió.
Después vinieron desavenencias con el director de unomásuno, Manuel Becerra Acosta, quien ya no quería dentro a Deschamps, quien insistía en la idea de la cooperativa. En 1978, durante una asamblea, le impidieron la entrada. Lo encontré a las afueras del edificio que nos albergaba, desesperado por querer entrar. Distraje a los vigilantes y Eduardo se coló en un camión repartidor de papel. Luego trepó las escaleras, y ante la sorpresa de todos se metió a la asamblea sólo para ser formalmente expulsado.
Y como relataría años más tarde en la revista Proceso, ahí, en esa asamblea lanzó una sentencia: uno por uno van a ir saliendo de ahí.
A Deschamps, a quien también se le adjudica el haber bautizado al unomásuno, fue un hombre íntegro, defensor de los derechos de los trabajadores. Un gran periodista.
A últimas fechas traté de ubicarlo. Sin excepción, al marcar su número telefónico, una voz femenina respondía: “No está”, “En este momento está durmiendo” “Está bañándose”, “Ahora no puede atender”. 0 de plano: “Aquí no vive. No sé si las negativas fueron por decisión propia o de terceros.
Su muerte se une a la de toda una pléyade de periodistas que, poco a poco, van dejando sólo su recuerdo, sus historias.
Eduardo, descansa en paz. Nos veremos en el próximo recodo.

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