Mensaje del Obispo de Tuxpan: Resucitar con Cristo a una vida nueva

 

La Resurrección de Jesucristo es el misterio más importante, pues en ella está el centro de nuestra fe cristiana y el centro de nuestra salvación. Por esta razón, la Resurrección es la fiesta más grande del Año Litúrgico; al grado que, si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe.

 Cristo ha resucitado y nos ha dicho que nos resucitará también a nosotros. La Biblia habla de una resurrección de vida o de muerte, según hayan sido nuestras obras durante nuestra vida en la tierra. Pero surge un interrogante: ¿Hay vida después de esta vida? ¿Qué sucede después de la muerte?

La Resurrección de Jesucristo da respuesta a estas preguntas. Seremos resucitados, tal como Cristo resucitó y como El lo tiene prometido a todo el que cumpla la voluntad del Padre. Su Resurrección es primicia de nuestra propia resurrección y de nuestra futura inmortalidad.

Démonos cuenta que la vida de Jesucristo nos muestra el camino que hemos de recorrer nosotros para alcanzar esa promesa de nuestra resurrección. En su vida Jesús hizo siempre la Voluntad del Padre.

Si nosotros hacemos igualmente la voluntad de Padre, alcanzaremos el Cielo que Dios nos tiene preparado; donde estaremos en cuerpo y alma gloriosos, como está Jesucristo y como está su Madre, y como están los santos y tantas almas que el Señor ha llamado al cielo.

La Resurrección de Cristo y su promesa de nuestra resurrección nos invitan a cambiar nuestro modo de pensar, nuestro modo de actuar y de vivir. Como señala San Pablo: nuestro viejo yo debe morir, crucificado con Cristo, para dar paso al “hombre nuevo”, para que podamos vivir una vida nueva.

Jesús nos ha dicho: busquen primero el Reino de Dios y su justicia y lo demás se les dará por añadidura.  Hagámosle caso al Señor y superemos las actitudes egoístas, como el afán desmedido de las cosas, la corrupción y la mentira que tanto se dan en nuestra sociedad. De igual manera superemos la ambición de poder y busquemos ser servidores de los demás como Jesús que no vino a ser servido sino a servir y a dar la vida para que todos tengamos vida.

Nuestro interés primordial durante esta vida ha ser el logro de la Vida Eterna en el Cielo. Si así actuamos no tendríamos que temer el día del fin del mundo, ni cuándo sucederá.

Pongamos nuestra mirada en el cielo, donde está nuestra meta y pisemos firmemente en la tierra que pisamos. No olvidemos que el cielo lo tenemos que conseguir aquí en la tierra, con la ayuda de Dios.

 

+ Juan Navarro Castellanos

Obispo de Tuxpan

RESUCITAR CON CRISTO A UNA VIDA NUEVA

La Resurrección de Jesucristo es el misterio más importante de nuestra fe. En ella está el centro de esa fe cristiana y por ello mismo, ahí está el centro de nuestra salvación.

Por esta razón, celebrar la Resurrección es la fiesta más grande del Año Litúrgico, pues si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe.

 Y esto es así, porque Jesucristo ha resucitado y nos ha dicho que nos resucitará también a nosotros.

En efecto, la Biblia habla de una resurrección de vida o de muerte, de acuerdo a nuestras obras, durante nuestra vida en la tierra.

La Resurrección del Señor recuerda un interrogante que siempre ha estado en la mente de los seres humanos, y que hoy en día surge con renovado interés: ¿Hay vida después de esta vida? ¿Qué sucede después de la muerte? ¿Queda el hombre reducido al polvo? 

La Resurrección de Jesucristo da respuesta a estas preguntas. Seremos resucitados, tal como Cristo resucitó y tal como El lo tiene prometido a todo el que cumpla la voluntad del Padre. Su Resurrección es primicia de nuestra propia resurrección y de nuestra futura inmortalidad.

Pero es importante darnos cuenta que la vida de Jesucristo nos muestra el camino que hemos de recorrer todos nosotros para poder alcanzar esa promesa de nuestra resurrección. En su vida Jesús buscó hacer siempre la Voluntad del Padre.

De manera que si nosotros hacemos igualmente la voluntad de Padre alcanzaremos el Cielo, que Dios nos tiene preparado, desde siempre, donde estaremos en cuerpo y alma gloriosos, como está Jesucristo y como está su Madre, y como están los santos y tantas almas que el Señor ha llamado al cielo.

Por todo esto, la Resurrección de Cristo y su promesa de nuestra propia resurrección nos invitan a cambiar nuestro modo de pensar; y sobre todo nuestro modo de actuar y de vivir. Es necesario morir al pecado, morir a “nuestro viejo yo”.

Dice San Pablo, nuestro viejo yo debe quedar muerto, crucificado con Cristo, para dar paso al “hombre nuevo”, de manera que podamos vivir una vida nueva.

Es así como, muriendo a nuestro egoísmo, muriendo al pecado, podremos estar seguros de esa resurrección de vida que Cristo promete a aquéllos que hayan obrado bien, es decir, que hayan cumplido, como él, la Voluntad del Padre.

Y ¿qué significa resucitar?

Resurrección es la re-unión de nuestra alma con nuestro propio cuerpo, pero ya glorificado. Resurrección no significa que volveremos a una vida como la que tenemos ahora.

Resurrección significa que Dios dará a nuestros cuerpos una vida distinta a la que vivimos ahora, pues al reunirlos con nuestras almas, serán cuerpos incorruptibles, que ya no sufrirán, ni se enfermarán, ni envejecerán. ¡Serán cuerpos gloriosos!

La Resurrección de Cristo nos invita también a tener nuestra mirada fija en el Cielo. Así nos dice San Pablo: “Puesto que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes de arriba, pongan todo el corazón en los bienes del cielo, no en los de la tierra”.

Lo que nos dice San Pablo significa que, siendo la vida la ante-sala de la vida eterna, debemos darnos cuenta de cuál es nuestra meta.

No fuimos creados sólo para esta ante-sala, sino para el Cielo, nuestra meta, donde estaremos con Cristo, resucitados -como El- en cuerpos gloriosos.

Así que, buscar la felicidad en esta tierra y concentrar todos nuestros esfuerzos en lo de aquí, es perder de vista el Cielo. Por ello nos dijo el mismo Jesús: busquen primero el Reino de Dios y su justicia y lo demás se les dará por añadidura.  

Si la razón de nuestra vida es, ante todo, buscar el Reino de Dios, que nuestras almas lleguen, cuando termine nuestra peregrinación aquí en la tierra, para después resucitar al final de los tiempos y seguir disfrutando la felicidad del Cielo -entonces en cuerpo y alma- es fácil deducir que hacia allá debemos dirigir todos nuestros esfuerzos.

Nuestro interés primordial durante esta vida temporal debiera ser lograr la Vida Eterna en el Cielo.

La resurrección de Cristo y la nuestra es una de las verdades centrales de nuestra fe cristiana. ¡Vivamos esa esperanza! No la dejemos enturbiar por errores y falsedades.

No nos quedemos deslumbrados con las cosas de la tierra, sino que tengamos nuestra mirada fija en el Cielo y nuestra esperanza anclada en la Resurrección de Cristo y en nuestra futura resurrección.

Nuestro interés primordial durante esta vida ha de ser el logro de la Vida Eterna en el Cielo. Si así actuamos no tendríamos que temer el día del fin del mundo, ni cuándo sucederá.

Pongamos nuestra mirada en el cielo, donde está nuestra meta y pisemos firmemente en el suelo, en la tierra que pisamos. No olvidemos que el cielo lo tenemos que conseguir aquí en la tierra, con la ayuda de Dios.

 

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