Mensaje del Obispo de Tuxpan: Señor si quieres puedes curarme

 

Se acercó un leproso a Jesús y, con valor y confianza, le suplicó: Si quieres, puedes curarme. Su petición es una bella oración en la que reconoce su lamentable situación, pero expresa su deseo de ser curado y manifiesta mucha fe y una profunda esperanza.

Somete su situación y su vida a la voluntad de Jesús. Reconoce humildemente su impureza, y al mismo tiempo confiesa el poder de Dios, arrodillándose ante Jesús, reconociéndolo como Salvador. Este leproso, representa a los que descubren que sin Dios estamos perdidos. Y, ante la severidad de leyes que prohibían acercarse a los leprosos, sorprende e impresiona la actitud de Jesús.

No solamente no rechaza al enfermo, sino que, además, Jesús toca al intocable. Y el Señor en lugar de quedar contaminado, le comunica al enfermo su propia pureza y la curación.

Jesús respetó las normas de su pueblo para no provocar escándalo, pero muchas veces señaló que la pureza no está en el exterior del hombre, ni en una mancha de la piel o en la suciedad de las manos, sino en la integridad y sinceridad del corazón.

Jesús, tocando a un leproso, y con su actitud de escucha hacia él, rompe no sólo la costumbre, sino una rígida ley religiosa, superando todas las barreras humanas, sociales, legales y religiosas. Para Jesús, en esta ocasión y siempre, la persona está por encima de toda ley, incluida las leyes religiosas.

“Compasión” es una palabra fundamental en el evangelio. Se trata de la misericordia, de las entrañas sensibles y maternales de Dios. Jesús se compadece, hace suyos los sufrimientos de los demás y actúa en consecuencia. No evita tocar lo intocable ni enfrentarse a los defensores de un legalismo inhumano. Ya nadie puede ser considerado impuro.

En realidad, Jesús nos muestra el camino a seguir, si de verdad queremos ser sus discípulos y si aspiramos a tener una sociedad más humana y más justa: sentir como propio el dolor de los demás, en especial de los más pobres y de los que sufren.

No olvides que su mano también está tendida para ti, te toca, quiere sanarte, quiere liberarte de las lepras y manchas que afean tu vida. Dios mira, ante todo, la pureza interior de cada uno. Para Dios, todo hombre está llamado a la fe y a la santidad, por el hecho de ser humanos. Para Dios todos podemos arrancar nuestras lepras y errores, para recomenzar una vida nueva.

+ Juan Navarro Castellanos

Obispo de Tuxpan

  

SEÑOR SI TU QUIERES PUEDES CURARME

Desde siempre en la predicación y en los comentarios a la Sagrada Escritura, la lepra ha sido considerada como una expresión física de la fealdad y el horror que significa el estado de pecado. Sin embargo, mientras la lepra del cuerpo es tan repugnante y tan temida, la lepra del alma pasa casi inadvertida, sobre todo en nuestros tiempos.

A los leprosos, en tiempos de Jesús se les temía y se les alejaba por miedo al contagio. La lepra fue una enfermedad espantosa. En aquel entonces no había remedio. La lepra llevaba implacablemente a una muerte dolorosa y en total abandono. Por eso los leprosos fueron obligados a vivir separados de los demás. Habitaban en el desierto o en cementerios, en total abandono, muertos en vida, por la marginación y la soledad, mientras les llega la muerte.

Los leprosos eran excluidos –excomulgados– del pueblo para que no contaminaran a la comunidad. Perdían los derechos de ciudadanos y los derechos religiosos. Se les consideraba seres manchados y contagiosos, apestados peligrosos. Entrar en contacto con un leproso significaba quedar impuro y no poder reunirse con el resto de la comunidad hasta no haberse purificado.

La situación se agravaba por el estigma y el sello religioso. El leproso era además un castigado de Dios, un maldito de Dios. No había lugar para la compasión, pues era un rechazado de Dios. Los sacerdotes, “en nombre de Dios”, declaraban al leproso impuro y lo expulsaban. Es preciso tener presente este marco socio-religioso para valorar la forma de actuar de Jesús.

Se le acercó un leproso y le suplicó de rodillas: Si quieres, puedes limpiarme.  Un leproso arriesgado, se acerca a Jesús. Pronuncia una bella y enternecedora oración, en la que reconoce su lamentable situación, pero expresa su deseo de ser curado y mucha fe y esperanza.

Somete su situación y su vida a la voluntad de Jesús. En el Evangelio, el leproso reconoce humildemente su impureza, y al mismo tiempo confiesa el poder de Dios, cayendo de rodillas delante de Jesús, en señal de reconocer en Él al Salvador. Este leproso, representa a los que descubren que están perdidos si no les socorre Jesús. Y, conociendo las severas leyes que prohibían tener algún trato con un leproso, sorprende e impresiona la actitud de Jesús.

Jesús, no solamente no rechaza al enfermo, sino que, además, toca al intocable. Y el Señor en lugar de quedar contaminado, le comunica al enfermo su propia pureza y lo cura. Jesús, si bien respetó básicamente las normas de su pueblo para no provocar un escándalo innecesario, remarca muchas veces que la pureza no está en el exterior del hombre, ni en una mancha de la piel o en la suciedad de las manos, sino en la integridad y sinceridad del corazón.

Jesús, tocando a un leproso, y con su actitud de escucha hacia él, rompe no sólo la costumbre, sino una rígida ley religiosa, superando todas las barreras humanas, sociales, legales y religiosas. Para Jesús, en esta ocasión y siempre, la persona está por encima de toda ley, incluida la ley religiosa.

 “Compasión” es una palabra fundamental en los Evangelios. Son las entrañas sensibles y maternales de Dios. Entrañas que se manifiestan en la vida de Jesús. Jesús se compadece, hace suyos los sufrimientos de los demás y actúa en consecuencia. No evita tocar lo intocable ni enfrentarse a los defensores de la aplicación estricta de la ley. Ya nadie puede ser considerado impuro. Muestra el camino para quien quiera seguirle: sentir como propio el dolor de los que sufren. Su mano también está tendida hacia ti, te toca, quiere sanarte, liberarte. Lo que Dios mira es la pureza interior. Para Dios, todo hombre está llamado a la fe y a la santidad por el hecho de ser humanos.

Las órdenes de silencio es el recurso que utiliza Marcos para evitar que las personas se hagan una imagen parcial y errónea de Jesús y su misión. La identidad de Jesús se completa en su pasión, muerte y resurrección. Era tan grande el entusiasmo de este hombre que, a pesar del mandato de silencio, se convirtió en testigo y pregonero de la bondad y del mensaje de quien le había curado. Esto hace que Jesús no pueda ya presentarse en público en las ciudades.

Fue tan grande el entusiasmo de este hombre que, a pesar del mandato de silencio, se convirtió en testigo y pregonero de la bondad y del mensaje de quien le había curado. Esto hace que Jesús no pueda ya presentarse en público en las ciudades. En realidad, aquel leproso se convierte en un nuevo discípulo de Jesús y comienza a divulgar lo sucedido. El que experimenta a Jesús como su Salvador, no puede menos que proclamar la Buena Noticia a todo el mundo.

La Jornada Mundial del Enfermo se celebra el 11 de febrero de 2021, fiesta de la Virgen de Lourdes. Un momento propicio para brindar una atención especial a enfermos y a quienes cuidan de ellas, tanto en hospitales o en el seno de las familias y las comunidades. Pienso, en particular, en quienes sufren en todo el mundo los efectos de la pandemia del coronavirus. A todos, especialmente a los más pobres y marginados, les expreso mi cercanía espiritual, al mismo tiempo que les aseguro la solicitud y el afecto de la Iglesia.

  1. El tema de esta Jornada se inspira en el pasaje evangélico en el que Jesús critica la hipocresía de quienes dicen, pero no hacen (cf. Mt23,1-12). Cuando la fe se limita a palabras, sin involucrarse en la historia y las necesidades del prójimo, la coherencia entre la fe y la vida real se debilita. Por eso, Jesús nos advierte del peligro de caer en la idolatría de nosotros mismos, y afirma: «Uno solo es su maestro y todos ustedes ssu hermanos» (v. 8).

La crítica que Jesús dirige a quienes «dicen, pero no hacen» (v. 3) es beneficiosa, siempre y para todos, porque nadie es inmune a la hipocresía, un mal muy grave, cuyo efecto es impedirnos florecer como hijos del único Padre, llamados a vivir una fraternidad universal. Ante la condición de necesidad de un hermano o una hermana, Jesús nos muestra un modelo de comportamiento totalmente opuesto a la hipocresía: detenerse, escuchar, establecer una relación personal con el otro, sentir empatía y conmoción por él o por ella, dejarse involucrar en su sufrimiento hasta llegar a hacerse cargo de él por medio del servicio

  1. La experiencia de la enfermedad hace que sintamos nuestra propia debilidad y, al mismo tiempo, la necesidad innata del otro. Nos sentimos creaturas y experimentamos nuestra dependencia de Dios. Cuando estamos enfermos, la incertidumbre, el temor se apoderan de la mente y del corazón; nos encontramos en una situación de impotencia, porque nuestra salud no depende de nuestras capacidades o de que nos “angustiemos” (cf. Mt6,27).

La enfermedad impone una pregunta a Dios por el sentido o significado de esa experiencia y hacia dónde va nuestra existencia. Y puede ser que no encontremos respuesta inmediata. Nuestros amigos y familiares no siempre pueden ayudarnos en esta búsqueda trabajosa. A este respecto, la figura bíblica de Job es emblemática. Su mujer y sus amigos no son capaces de acompañarlo en su desventura, es más, lo acusan aumentando en él la soledad y el desconcierto. Job cae en un estado de abandono e incomprensión. Pero precisamente por medio de esta extrema fragilidad, rechazando toda hipocresía y eligiendo el camino de la sinceridad con Dios y con los demás, hace llegar su grito insistente a Dios, que al final responde, abriéndole un nuevo horizonte.

 

 

 

 

 

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